Paréntesis pandémico para viajar
Al sol todavía le queda una hora y algo. Si el viento no corre, podés sentir el calor en la piel y cómo se calienta el algodón de tu camiseta para después mantenerse tibio cuando vuelve a soplar.
El viento huele rico ahí. Huele a lejos, y a pasto húmedo. Tocás la madera de la mesa en el recorrido de veinte centímetros que tenés del borde al mate. Extendés los dedos para acariciarla, se siente fría y lisa, como recién pulida, como esos árboles de tronco tan suave que te dan ganas de apoyar la mejilla. Jugás con el agua que duerme en los huecos que vas encontrando. Tomás la calabaza y cebás el primer mate de la tarde.
El viento huele rico ahí. Huele a lejos, y a pasto húmedo. Tocás la madera de la mesa en el recorrido de veinte centímetros que tenés del borde al mate. Extendés los dedos para acariciarla, se siente fría y lisa, como recién pulida, como esos árboles de tronco tan suave que te dan ganas de apoyar la mejilla. Jugás con el agua que duerme en los huecos que vas encontrando. Tomás la calabaza y cebás el primer mate de la tarde.
Te agradan estas juntadas que se mecen. Van y vuelven las ramas. Van y vuelven los silencios.Va y vuelve el paquete de Don Satur casi vacío. Va y vuelve el termo, que cada tanto se le escapa una gota entre risa y risa, y sentís el ardor con sorpresa exaltada, como si fuese el remate del chiste. Va y vuelve el debate intenso que sostienen las chicharras.
Se pone el sol. El celeste pleno que te envolvía hasta recién pasa de naranja incendiado a lila brillante a un salpicón de nubes rosas y se aplaca en un violáceo gris general. Para mantener los pantones acordes, entrás a dejar el termo vacío en su estante para volver con un vino tinto listo para descorchar.
Anticipan el plop. El sonido te genera más satisfacción de la que esperás, como siempre, y regresan por las copas que se olvidaron. De paso tirás el paquete de bizcochos vacío al tacho.
La noche está fresca. Sentís un frío placentero en los cachetes que contrasta con la acogedora cuevita que se te forma en la nuca por los mechones crecidos demás. De la tierra continúa emanando un aura cálida, típica de un día soleado de marzo. Acercás la copa de vino a los labios y el primer sorbo te relaja la espalda y soltás todo tu peso. Prestás atención a la tensión de tus hombros y les das tregua a ellos también. Suspirás. Es una noche hermosa.
La charla se mantiene amena, te das cuenta que hace rato no pensás en nada fuera de lo que tenés enfrente, y tampoco tenés ganas, así que te plantás con el teléfono a un sano metro de distancia. Respirás hondo, como en confirmación, y con gracia sentís como todo el cuerpo se puso atérmico por el alcohol menos la nariz, que se mantiene porfiada y helada.
Eventualmente el tubo se vacía. Las estrellas brillan mucho hoy. No hay nubes ni hay luna, entonces se lucen. Les das el gusto y las admirás. Cuando volvés tu atención a la mesa ya hay una cerveza de litro, esa que a vos te gusta, destapándose. Por qué no. Usan los mismos vasos, no hacen mucho reparo en esos detalles. Pasas del vino afrutado y corpulento a sorbos más largos de burbujas.
Te empiezan a pesar los párpados. Cada tanto notás que los tenés cerrados y los volvés a abrir. Percibís como se forman lagañas en las esquinas y sos particularmente consciente de que tu rostro está compuesto por células aferradas a un músculo. Las tanteas con algunos movimientos imperceptibles de tu oreja, nariz, haces un puchero con tu boca mientras cerrás los ojos. Experimentás un poco.
Te enfocás de nuevo en lo que te rodea, cruzán y sostienen la mirada entre botellas vacías. Están en sintonía. Alguien se para hacer un mate en respuesta. Alguien se apoya sobre un hombro a descansar. Alguien, brillante, trajo mantas. Vos apoyás la cabeza sobre tu brazo, que se apoya sobre el banco, y ves el sol salir.
Se pone el sol. El celeste pleno que te envolvía hasta recién pasa de naranja incendiado a lila brillante a un salpicón de nubes rosas y se aplaca en un violáceo gris general. Para mantener los pantones acordes, entrás a dejar el termo vacío en su estante para volver con un vino tinto listo para descorchar.
Anticipan el plop. El sonido te genera más satisfacción de la que esperás, como siempre, y regresan por las copas que se olvidaron. De paso tirás el paquete de bizcochos vacío al tacho.
La noche está fresca. Sentís un frío placentero en los cachetes que contrasta con la acogedora cuevita que se te forma en la nuca por los mechones crecidos demás. De la tierra continúa emanando un aura cálida, típica de un día soleado de marzo. Acercás la copa de vino a los labios y el primer sorbo te relaja la espalda y soltás todo tu peso. Prestás atención a la tensión de tus hombros y les das tregua a ellos también. Suspirás. Es una noche hermosa.
La charla se mantiene amena, te das cuenta que hace rato no pensás en nada fuera de lo que tenés enfrente, y tampoco tenés ganas, así que te plantás con el teléfono a un sano metro de distancia. Respirás hondo, como en confirmación, y con gracia sentís como todo el cuerpo se puso atérmico por el alcohol menos la nariz, que se mantiene porfiada y helada.
Eventualmente el tubo se vacía. Las estrellas brillan mucho hoy. No hay nubes ni hay luna, entonces se lucen. Les das el gusto y las admirás. Cuando volvés tu atención a la mesa ya hay una cerveza de litro, esa que a vos te gusta, destapándose. Por qué no. Usan los mismos vasos, no hacen mucho reparo en esos detalles. Pasas del vino afrutado y corpulento a sorbos más largos de burbujas.
El tiempo se disuelve, se diluye en los grillos inquietos, la mesa por la que cada tanto pasás la mano por placer, los dientes blancos que brillan y bailan en carcajadas. La cruz del sur, constelación que ubicás con orgullo, recorrió el largo camino desde la tapa de tu cabeza para posarse a lo lejos en frente tuyo. A esta altura ya tenés un buzo puesto que cumple la doble función de mantenerte afuera a pesar del clima y protegerte de las arañitas de pasto.
Te empiezan a pesar los párpados. Cada tanto notás que los tenés cerrados y los volvés a abrir. Percibís como se forman lagañas en las esquinas y sos particularmente consciente de que tu rostro está compuesto por células aferradas a un músculo. Las tanteas con algunos movimientos imperceptibles de tu oreja, nariz, haces un puchero con tu boca mientras cerrás los ojos. Experimentás un poco.
Te enfocás de nuevo en lo que te rodea, cruzán y sostienen la mirada entre botellas vacías. Están en sintonía. Alguien se para hacer un mate en respuesta. Alguien se apoya sobre un hombro a descansar. Alguien, brillante, trajo mantas. Vos apoyás la cabeza sobre tu brazo, que se apoya sobre el banco, y ves el sol salir.
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