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Mostrando entradas de abril, 2020

Carta a Facu II

Papá era un tipo cariñoso. No le importaba nada, era bien cararota. Y le importaba todo, se enroscaba con las cosas más irrelevantes. Tu papá era un pelotudo, me dijo una vez mi tío, le encantaba llorar. Y era así. Reclamaba, lloraba, reía. Llorar y reír es algo que hicimos juntos, aunque no me acuerde. Tenía la edad desdoblada, una cualidad confusa para la familia. Sin avisar, restaba veinte años cuando Sofía marchaba por la puerta dando la orden de apagar la tele e ir a dormir y él, pedía cinco minutos más. Pero nos íbamos a dormir. Yo dormía abajo, con la luz del baño prendida, en el cuarto al final del pasillo, y él arriba. Él bajaba cada cinco minutos para chequear que esté dormida. Y yo, expectante, no pegaba un ojo hasta asegurarme que él estaba bajando con la frecuencia pactada. A veces se escondía atrás de una pared para saltar a los diez segundos y decir que había pasado el tiempo. Otras, se acostaba al lado mío y nos quedábamos abrazados. A Sofía no le gustaba ese exces...

Enrolle/Turned, twisted bed sheets

Turned, twisted bed sheets Piled up into mountains and caves You, hidden in some crevice Me, peeling you out of that mess The bed sheds it’s skin, lets the covers fall in whirlwinds of linen and daydreams the music floating above, undulating dipping at every move of our hide and seek. Maddening the coil springs. I chase what’s left of your laugh in the air soaked in traces of your electricity The mattress almost naked The landscape gone, i’ve got you now On the tip of my fingers in a hissing static, your warmth bursting all the way from my chest flooding the room with this bad habit happiness of yours I throw over the last of the sheets and there’s not an inch of you in sight only music escaping through the window an arm clinging heedlessly, and an accusing, helpless, empty space -----------------------------------------  Enrolle de sábanas montañoso, el plumón un montón de arrugas y cuevas. Vos escondido en una, yo pelando capas buscando. Caen las sábanas como hojas secas, un...

Paréntesis pandémico para viajar

Al sol todavía le queda una hora y algo. Si el viento no corre, podés sentir el calor en la piel y cómo se calienta el algodón de tu camiseta para después mantenerse tibio cuando vuelve a soplar. El viento huele rico ahí. Huele a lejos, y a pasto húmedo. Tocás la madera de la mesa en el recorrido de veinte centímetros que tenés del borde al mate. Extendés los dedos para acariciarla, se siente fría y lisa, como recién pulida, como esos árboles de tronco tan suave que te dan ganas de apoyar la mejilla. Jugás con el agua que duerme en los huecos que vas encontrando. Tomás la calabaza y cebás el primer mate de la tarde. Te agradan estas juntadas que se mecen. Van y vuelven las ramas. Van y vuelven los silencios.Va y vuelve el paquete de Don Satur casi vacío. Va y vuelve el termo, que cada tanto se le escapa una gota entre risa y risa, y sentís el ardor con sorpresa exaltada, como si fuese el remate del chiste. Va y vuelve el debate intenso que sostienen las chicharras. Se pone el s...

Chascomús

   El viento sopla fuerte en Chascomús. Aprieta los ojos hasta que se le distorsiona la cara como acordeón, cachete y frunce solapando las pupilas, el poroto de la nariz húmedo y rojo de tanto frotarlo.    El viento te hace fruncir mucho el ceño, te lo impregna a la cara. Por eso en las tundras, llanuras y páramos se envejece más rápido: imponen unas arrugas de roble. Buscá el mejor atajo a Las Heras y comprobalo, o a La Pampa, que además de frío es seco, seco. El soplete te deja una fruncida crónica.    Pero aquel acordeonista de vientos no está en Chascomús. Ni cerca. Y aún así tensiona, tensiona ese rostro rugoso. Lo hace hundiendo el cuello en el hueco de los hombros, para darle más fuerza. También se soba las manos y las muñecas, envolviendo una sobre la otra, estirando el interior de la palma con el pulgar. Lo hace bien, con mucho vigor. Nadie puede reclamar el esmero con el que imita una mañana en su ciudad natal.    Una manta le cuelga...