Carta a Facu II
Papá era un tipo cariñoso. No le importaba nada, era bien cararota. Y le importaba todo, se enroscaba con las cosas más irrelevantes. Tu papá era un pelotudo, me dijo una vez mi tío, le encantaba llorar. Y era así. Reclamaba, lloraba, reía. Llorar y reír es algo que hicimos juntos, aunque no me acuerde. Tenía la edad desdoblada, una cualidad confusa para la familia. Sin avisar, restaba veinte años cuando Sofía marchaba por la puerta dando la orden de apagar la tele e ir a dormir y él, pedía cinco minutos más. Pero nos íbamos a dormir. Yo dormía abajo, con la luz del baño prendida, en el cuarto al final del pasillo, y él arriba. Él bajaba cada cinco minutos para chequear que esté dormida. Y yo, expectante, no pegaba un ojo hasta asegurarme que él estaba bajando con la frecuencia pactada. A veces se escondía atrás de una pared para saltar a los diez segundos y decir que había pasado el tiempo. Otras, se acostaba al lado mío y nos quedábamos abrazados. A Sofía no le gustaba ese exces...