Tour familiar
-El cura los esperó como media hora. Están todos esperándolos. ¿Dónde estában?
- Fueron 10 minutos. No sabíamos.
Además, esos 10 minutos en realidad fueron 8, porque 3 fueron afuera del Memorial fumando un pucho escuchando un audio de la marcha peronista. Yo igual le dije a mi hermano: salí con tiempo. Él trataba de mover el horario. 10 más, 10 menos. Es lo mismo. Caía en su único feriado. Es un mal plan.
Se había muerto la nueva suegra de mi vieja. Yo ni siquiera llegué a conocerla. Mi hermano tal vez. Íbamos en solidaridad de los que quedan, como a todo entierro. Pero no son 10 más, 10 menos. Son misas cortas, suelen tener fila. Entra uno, sale otro. Lo hacen breve porque nadie quiere estar en un entierro, y se intenta tener consideración por todas las partes. Mi hermano igual bajó tarde. Yo igual respiré porque no quiero ser esa persona que te putea de los nervios.
Eran pocos, muy pocos. Me di cuenta al toque cuando llegamos que nos esperaban. No solo por la cara de mi vieja, que mi hermano no vio, sino por la razón que mi hermano no vio su cara: porque llegamos, saludamos a la última fila, la ante última fila, la del medio...la mitad del entierro era gente nuestra, aunque el muerto no.
Llegamos a la primera fila para acomodarnos. Beso, abrazo, susurro. Estaba mi vieja, el novio, su hermano, su hijo, mi hermana, y con mi hermano el banco de madera se llenó. Me fui atrás, mi vieja me llamó de vuelta adelante. Me senté en una esquina, pedí que muevan una cola a la izquierda y recién ahí, cuando terminamos, el cura empezó.
Así que sí, nos estaban esperando. Pero bueno, ya estamos acá, a las 14:40 de la tarde de un lunes en un plan en el que nadie quiere estar. Unos minutos más, unos minutos menos, un pucho. Veníamos en el auto charlando de trabajo. Fumando. Hablando de si después almorzamos o si no almorzamos. Fue cuando estacionamos y apagué la música que mi hermano me miró y me dijo "Che, es en este cementerio ¿no? Recién se me ocurre."
-"¿Ya escuchaste las canciones que te recomendé?"-, me preguntaron cerrando la reunión de laburo que tenía antes de salir.
-"No pero tengo 50 minutos de viaje a un entierro para escucharlo."
- "Bueno... nadie cercano entonces..."
El aire virtual, se tensó.
No está tan mal el Memorial. Entiendo que dentro de la oferta de cementerios, es de lo más agradable. Es todo parque. Entiendo que eso a alguien le importe. A mí casi que me gustaría más que fuese siniestro. Tendría gracia. Este es un parque hermoso en el que si te tirás en el pasto y el cuerpo de abajo no es tuyo, es raro. Nadie va a tomar mates. Yo nunca vi gente tomando mates. Pero tampoco se puede decir que fui mucho.
Creo que son un despropósito. Al fin y al cabo, qué me importa dónde está el cuerpo. Menos si me queda lejos. Por eso cada vez que voy, saludo a todos. Están concentrados bajo una lápida que ahora se lee bien porque se murió mi tío y le dieron una pulida, pero la última vez que quise encontrar a mi viejo el grabado estaba liso como una llanta pidiendo recambio.
Se gasta de a poco, pero mucho más rápido de lo que uno se da cuenta, como todo lo que queda de los muertos afuera.
A la fraulein de mi abuela no le enterraron a nadie encima, está enterrada al lado, así que hay que adivinarla. A María Luisa, en cambio, se la encuentra fácil. Está ahí luciendo todo el brillo que le sacó a su hijo y su marido con el choque en Diciembre.
Tampoco me genera morbo. Siento que no hay morbo, hay muertos. Los cementerios son lugares aburridos, no sé bien qué escribió Mariana Enríquez sobre ellos pero no veo nada llamativo en la concentración planificada de cuerpos por causas naturales. El olor a agua estancada de los floreros no me dan ganas de escribir. No quiero mandar saludos de parte de nadie. Ni de dormir una siesta. Extraño el cadáver de mi tío cuando duermo en un cementerio. En su velorio dormité sobre él mucho mejor que boca abajo sobre este pasto.
- Dicen que cuando te vas de un entierro nunca tenés que ir directo a tu casa, así no te llevás toda la carga del lugar.
Miro a la boluda que lo dijo, asintiendo. Como si uno no viviera con esa carga. Que no es una carga. Es como una superficie. Entonces ahí entiendo, uno tiene solo tantos metros cuadrados. Descartar un par en una cafetería no está mal. Tomar un café, pedir un yogur, llorar en el auto, llegar 10 minutos tarde y dejar que pase un día más. Me acerco a mi hermano:
- Qué raro ir a un entierro y que no sean cientos.
- Bueno, son más de barrio.
- Sí, pero yo a la vieja ni la conocí. Menos mal que estamos.
- Sí. Menos mal.
En mis entierros el mínimo son cien personas y siempre son más. Dicen que hay buen café. Me lo pierdo siempre por unos minutos más, unos minutos menos. Me suele tocar cantar. Cuando no, hace calor o está lleno de gente que quiere saludar. En el último entierro me dormí y no llegué a cenar.
- ¿Están los hermanos acá?-, preguntó el cura.
- Los que quedamos-, respondió mi tío.
Mi abuela dice que ya quiere irse, que hizo orden y tiene todo listo. Pero no la largan. Hasta ahora no veo ningún patrón que correlacione a la edad con los muertos. Hay algo ahí, supongo. En esa cosa de que no solo los vivos no sueltan a los muertos. A veces ellos no te dejan ir.
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