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Chauchas verdes

Qué cosa. Esa cosa. La que tiene el otro. La que para tenerla se te caen otras dos, y ahora las querés más. Qué cosa la de mirar el plato del al lado. Sabiendo que esa comida no es nuestra, la tuya se enfría y  te quedan chauchas verdes nadando en jugo teñido con sal. Qué cosa esconderse entre pilones de ropa pero no cerrar la cortina del living. Qué cosa tener la última palabra y que no sea la correcta. Que no sea la correcta e irte con un piquete de letras desordenadas atoradas en la garganta con más paros que la línea D. Y qué cosa que ese mismo día la línea D esté parada, cosa que tengas tiempo de descuartizar esa última palabra hasta no tener de qué agarrarte. E inventar una palabra nueva. Qué cosa la de justificarse. La de irse incómodo por mostrar el repertorio de ideas disponibles como quién expone una maqueta sin terminar frente a una clase. Como quien finalmente la tira y confiesa que en realidad no trajo nada, se olvidó. Qué fenómeno el desmerecer lo propio. Incapaz...

Da cuerda al tiempo

Al rayo de sol le encanta un buen cuarto vacío. Se filtra por la ventana abierta, cercando las acciones, despertando a los que anhelan participar. La campera, la cama, el libro de Gay Talese en mi mesa de luz que no es mía. Las cosas son ficción hasta que la madrugada da cuerda al tiempo y el movimiento reanuda: la campera se vuelve campera, acumulando polvo, estirándose cada vez más hasta tocar el piso; la cama se vuelve cama, con pliegues rebeldes, despatarrada, esperando al sol como una musa. Y el libro levanta su tapa de papel, sutil, seductor,  para atraer un roce desde sus esquinas. En cambio ella, que es soberbia, se regodea en los pies de cada ventanal. Ronronea ante el calor que emanan. Duerme tranquila, sabiendo que no me voy a ir a ningún lado, porque vivo para ella como la campera, la cama y mi libro hasta que los descubre el sol.

Un alambre que me haga de tender

Miro por el ventanal de mi departamento, y no puedo evitar pensar que él me mira mucho más a mí que al revés. Ocupa el lugar de una pared y le da permiso a los obreros, a las palomas, a las gotas que caen de quién sabe qué aire acondicionado si no hace calor ni frío, a todos , a espiarme abiertamente. Me desperezo. Toma mucho trabajo abrir y cerrar el blackout (que tampoco tapa tanto), por eso lo dejo como está.  Un árbol me tiene cubierta. Es importante eso, porque es viernes. Es viernes, me rendí a la lluvia, y me pica la sensación de que mi ventanal se ríe. Sí o sí, se ríe.  Me ve ir y volver de una pantalla a la otra. Me ve en ese largo proceso que es relajarme. Ve como me dejo seducir por el parlante que hace vibrar el aire mientras fumo un pucho en el sillón y me pierdo. Un poco me pierdo. No se ríe por eso igual. Se ríe porque recién 12:07 am me pongo a escribir. Sabe del fin de semana largo. Sabe de la guitarra no sale de su funda hace rato y del libro que e...