Un alambre que me haga de tender

Miro por el ventanal de mi departamento, y no puedo evitar pensar que él me mira mucho más a mí que al revés. Ocupa el lugar de una pared y le da permiso a los obreros, a las palomas, a las gotas que caen de quién sabe qué aire acondicionado si no hace calor ni frío, a todos, a espiarme abiertamente.

Me desperezo. Toma mucho trabajo abrir y cerrar el blackout (que tampoco tapa tanto), por eso lo dejo como está.  Un árbol me tiene cubierta.

Es importante eso, porque es viernes. Es viernes, me rendí a la lluvia, y me pica la sensación de que mi ventanal se ríe. Sí o sí, se ríe.  Me ve ir y volver de una pantalla a la otra.

Me ve en ese largo proceso que es relajarme. Ve como me dejo seducir por el parlante que hace vibrar el aire mientras fumo un pucho en el sillón y me pierdo.

Un poco me pierdo.

No se ríe por eso igual. Se ríe porque recién 12:07 am me pongo a escribir.
Sabe del fin de semana largo. Sabe de la guitarra no sale de su funda hace rato y del libro que esperó con ansias frenéticas que no pude suplir.

Miro por el ventanal y me pasa que elijo ver en vez la alfombra de baño que nunca volví a poner en su lugar, colgada en el alambre de la baranda. O el pilón de camisas al lado, que algún día voy a alisar para justificar la compra de la plancha. O la lista de notas que no escribí y no me pongo a pensar, que debe estar también por ahí abajo, esperando a que la alise.

Que esperen.

Y que el ventanal se ría. Yo mientras lleno el tender a ver qué tanto me puede juzgar si nos vemos a medias.

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