Tránsitos

Tenía un cachorro de tránsito. Cachorris le decía. En realidad, eran dos. Se llamaban Cabo y Rabo. En general agarro en duplas y me gusta hacer juegos. Estuvieron Upa y Epa, Loto y Quino, Terma y Luis, pero a Cabo y Rabo yo les decía Cachorris. 

Antes de ellos tuve a Silvio, a él le decía perruki. Y a Momo le decía Sarnita. Les pongo nombre porque el formulario de tránsito lo pide, pero algunos nacieron para tener apodos que el form no me permitiría.

Pipa fue mi primer tránsito. Cuando la recibí, sentí que se me moría porque era muy chiquita. Me entraba en la mano y me pareció tan pero tan frágil, que la pelea que estábamos teniendo con mi novio se cortó a la mitad y solo me dediqué a pensar cómo iba a mantener a este ser, vivo. 

Estaba sana pipa, no le pasaba nada. Pero era muy chiquita. En mi cumpleaños se me cayó arriba de la torta y quedó llena de merengue.  Silvio en cambio llegó muriendo. Corrí a la veterinaria, pensé que no llegaba pero se salvó y lo adoptó el vecino. A veces lo veo. Lo escucho a Perruki que está tan lindo. Se le alargó la cara y ahora parece un zorro. 

Es raro verlo. En general los tránsitos una vez que los buscan, los borro. No agendo el número de familias adoptivas. No vuelvo a saber nada ni quiero. Pero Perruki vive al lado y no me queda otra. Escucharlo ladrar me dan ganas de entrar a la casa y robarlo un rato. Cuando me lo encuentro en el pasillo y mi puerta está abierta entra corriendo.

Cabo era el doble que rabo, aunque ambos eran tan chicos que me hacían acordar a Pipa. Rabo era mi preferido por lo tranquilo. Ayer Rabo dejó de comer.

Pensé que tal vez le cansaba comer, porque era muy chiquito. 
Es la edad en la que meten medio cuerpo adentro del plato de comida y no les da el balance para comer el balanceado. 

Empezó a dormir más también. Y a caerse y corretear menos por la casa. El triki triki triki de los pasitos ahora eran 4 y no 8. Un hermanito suyo estaba igual en otra casa, me enteré. Parasitosis. Su tránsito lo llevó a la vete en seguida porque los bebés son muy susceptibles. "Suero, remedio y a casa", me explicaron. No mucho más que hacer.

Seguramente sea parasitosis. Llevalo a la vete cuando puedas, hoy o mañana, dijeron.

Cabo y Rabo estaban bastante sanos para lo que suelo recibir. Suero, remedio y a casa es un buen panorama. Carlos que ni me caía bien tenía que hacerse quimio y estuvo un mes sin comer porque no me di cuenta que no tenía dientes. Nos dimos cuenta porque una noche en el intento de tragar algo le sangraron las encías. Es el único perro que no me cayó bien, una amiga me dijo que era porque tenía un tumor como mi papá. A mí el por qué no se me hacía particularmente relevante, cuando se curó me inventé un viaje y se fue a otra casa de tránsito. 

Está lindo transitar igual, hasta cuando te caen mal. Hay algo que me parece importante de no ser tu única prioridad. Yo que no convivo, no negocio, no cocino de a dos, ni tres, ni cuatro, está bueno. Se siente lindo cuidar. 

Pipa y Perruki están por sobre cualquiera, pero Rabo me daba ternura. Se notaba que estaba flojo de nutrientes, suelen llegar así.

Pensé en llevar a Rabo a la guardia pero esperaba un pedido que encargué por mercado libre. Sin eso no iba a poder trabajar el lunes. Después llegó, y pensé en ir a la guardia, pero había estado el día entero sin salir de casa esperando el paquete, además les cobran más a la organización si los llevás a la guardia nocturna. Me fui a comer empanaditas. Total, por suero y a casa no se gasta la guardia de noche. 

Cené, tomé vinito, me emborraché. Un poco nada más. Le escribí un mensaje a un chico para que venga a casa. Uno que además, seguro me acompañaba a la veterinaria al día siguiente. Lo pensé cuando nos fuimos a dormir. A la mañana me desperté porque el chico fue al baño y cuando volvió le estaba tomando el pulso a Rabo, lo tenía agachado al lado mío. Pensé que le hacía mimos. 

¿Lo llevamos a una vete?, me preguntó. Lo miré. Estaba frío el perro, babeando un poco. Movía la boca como mamando. Sueña que mama y babea pensé. Pero que raro respira. 

Le tomó el pulso porque estaba muy quieto. Pensé en llevar a Rabo ahí. Pero estábamos cansados, y si bien si yo decía vamos, era vamos, no hacía falta. El perro dormía porque estaba enfermo y seguramente tenga parasitósis. Subí a Rabo a la cama para asegurar que tenga calor. Me di vuelta y le di un beso a mi chico. Con eso me arrepentí y dejé a Rabo en el piso de nuevo.

Es normal esto, son las 7:30. No son horas para levantarnos y correr a una guardia. Si estaba sola no me hubiera despertado a esta hora. Vamos 8:30. 

Cabo dormía plácido. Yo cogía distraída arriba. Un poco culposa pero no es para tanto. Así es transitar. Cabo lloraba para subir a la cama y nos hacía reír. Se hicieron las 8:30. Agarré a Rabo para ir a la veterinaria pero se me hizo tarde. 

Estaba muerto. Las pulgas trepándose a mis manos mientras agarraba el cadáver. Ya no podías acurrucarlo, todo el bicho estaba tieso.

Perdón, le dije. A él, a la encargada del tránsito. A Brenda que le escribo porque tengo confianza. A Cabo. Perdón, le dije. abrazando el cadaver con pulgas en éxodo envuelto en un repasador. 

No es tu culpa, me dijeron. Estas cosas pasan. 
No podías hacer nada, me dijeron. 
Aunque fueras antes, no cambiaba nada, me consolaban.

Pero yo podría haber llevado a Rabo. Lo podría haber llevado antes, esperando el paquete. O en vez de comer empanadas. O apenas me levanté. Podía al menos morir siendo cuidado, me gritaba el cuerpo llorando a un bulto envuelto en un trapo con pulgas que escapan del frío. Tal vez moría y también sé que tal vez no. 

Nos sentamos en el patio para que las pulgas no se queden en la cama y no se suban más garrapatas a la pared. Al parecer las garrapatas trepan. Las fui explotando una a una con el dedo. Su marca sigue ahí al día de hoy.

Es que tenía cosas. Un chico que quería ver.  Un día largo encima. Mal estaba Silvio. Mal estaba Carlos. Rabo era suero y a casa. Ahora tenía que pensar qué hago, con una rata rígida apretada al pecho, no queriendo soltarla hasta tener respuesta sobre los pasos a seguir. 

Al parecer cuando se muere un cachorro de tránsito no hay un protocolo. Si tenés dónde lo enterrás, y sino va al tacho. 

Pensaba en la caja de cartón donde vino el pedido de mercado libre. Sacamos el cargador y metimos a Rabo muerto. Lo que pensaba era en que esté en mi basura una semana adentro de esa caja. En que la levante un camión rancio de basura y se caiga y sea una parte más del fondito líquido de podredumbre. 

Lo llevamos al río, me dijo el chico. Sí, al río. 

Encontramos un hueco, lo tapamos con piedras, charlamos mirando el agua sobre un montón de cosas que no funcionaron. En el camino la gente nos frenaba porque querían ver a Cabo, pensábamos en responder "tiene un hermano también, ¿lo querés ver?". Pero esas son cosas que nos gusta pensar nada más, como el el cadáver de cartón siendo levantado por la basura. 

Hicimos lo que se hace en la costanera: enterrar un perro, mirar a los pescadores, ir al muelle, que no te dejen pasar, comer un chori. Almorzamos y volví a casa para encerrarme a llorar con Cabo, que nunca entendió qué pasó. 

Generalmente entienden, pero tal vez él ya sabía, como las garrapatas que empezaron su partida hacia las paredes de mi casa dos días antes. Nos encerramos a pensar todo lo que podría haber hecho mejor. 

Al día siguiente, pasó. 

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