Enroscado desde que me subí al auto

Te tengo que confesar algo, desde que me subí al auto estoy enroscado. 

Me buscaste con esa sonrisa y una cantidad de sugerencias e invitaciones que empecé a desconfiar de apenas me encontraron. No se puede así. Con vos. Qué difícil. A veces te escucho hablar y me olvido. Me distraigo con los pasajes de decenas libros que se arremeten y piden intervenir y que los recite para vos así por un rato estoy ahí, mirando la ruta extenderse, llenando el auto de palabras. 

Tan linda tenías que ser. Y además pedirme que te lo diga. ¿Sabés el tiempo que estuve buscando el mate? Si el marrón o el amarillo de plástico o el más grande o más chico. Quiero predecir cuál es el correcto. Cuál te hace sonreír, porque como un boludo lo único que quiero es eso. Y que te de el sol cuando me des el gusto, si es que estás acá. Pensando en eso me das la mano y vuelvo.

Vamos de la mano. Me mirás divertida. 

Vos vas caminando por el bosque, con tus pupilas dilatadas buscando lobos entre los árboles. Corriendo tu deseo que se me escapa sin parar. Te veo sentirte feroz y jugar a la guerrera. Te digo que no hay príncipes en el bosque porque sé que te exaspera. Como a mí me exaspera que andes en tu propio cuento de hadas. Te molesto porque es divertido, y porque puedo, pero más porque por un segundo apretás los labios y manejo yo. Aunque cuando te digo príncipe, ¿en quién pensaste? Me das un beso pero esta vez no vuelvo. 

Te veo meterte al mar. No te sigo. ¿Cómo seguirte? No me dan los años ni el corazón ni la imaginación ni el coraje. Me vas a matar. Me mirás y lo sabés. ¿Cómo me salvo? 

Te tengo que confesar que estoy enroscado. Te reís. ¿Enroscado cómo? Cómo le explico. 

Te tirás a lo largo del sillón. Está todo ocupado por vos, no entro. No quiero ni puedo parar de mirarte, te tengo a un brazo pero me olvidé cómo se hace. Cómo acercarme a vos que divagás con la mirada fija en el balcón pensando en el otro, o en las palomas en el nido, o en qué se yo. Qué voy a saber yo. Tengo frío. Me voy a pegar una ducha caliente. 

Buena idea, me decís. Listo, andá vos. Dale. Cómo siempre, prefiero complacerte. 

Al mismo tiempo, me decís. ¿Al mismo tiempo? Insoportable. ¿Cómo hago? El agua no va a dar para dos. Dos duchas a la vez es demasiadas veces para este departamento. No va a dar el agua, te vas a bañar, va a salir fría, me vas a culpar a mí. Pero insistís, con los ojos incrédulos. Claro, ella no concibe que no le den el gusto. Y con fundamento, mirame, yo acá volviendome loco por que se me ocurra algo. ¿Por qué no te podés bañar primera y ya? Hacémela fácil. Teneme piedad. ¿No me ves?

Bueno, otra manera sería que te diga que sí, yo entraré un poco después y ya. O bueno, me pego una ducha corta yo, que ni se entere ella. No es tan grave. Y nos bañamos al mismo tiempo para después quedar libres a la vez. Victoria. Ya está. Te explico todo esto y solo me mirás. Me mirás riendo. No lo podés creer.

¿Qué tengo que adivinar? ¿Qué más querés? No puedo acordarme las tres leyes de termodinámica, menos que menos influenciarlas. La otra opción sería bañarnos en un mismo baño pero-

Ah. Claro. Bañarnos juntos. Me estabas invitando a ducharme con vos. Te invade la risa, que te está dejando sin aire en el sillón. Te hacés bolita y ahora hay un montón de espacio pero tampoco es para mí. No lo puedo creer. 

Te tengo que confesar algo, estoy así de enroscado desde que me subí al auto.

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