Un sol tremendo

La entrega era para el día siguiente al mediodía. 

Ella no tenía nada que hacer esa noche, y no tenía nada escrito para enviar. Así que se puso a hacer otra cosa. Se puso a enfriar una birra para en un rato bajarla del freezer de vuelta a la heladera porque no tenía tantas ganas de tomarla. Se puso a tantear gente para hacer planes a los que decir que no. Se puso a revisar cada pestaña abierta y evaluar si cerrarla o no. Hacía muchísimo calor.

Pensó en las estaciones de servicio. En el calor seco que levanta el asfalto y los autos que se ponen en marcha y frenan, en marcha y frenan, en marcha y frenan. En ir al baño y no apoyarse en la tapa. Y buscar monedas para el agua caliente en la maquina de Taragüi. En las cosas que se compran para picar en el camino, también sin ganas, como la cerveza que va a bajar del freezer en un rato. Capaz por eso pensó en las estaciones de servicio. En ese jeite de hacer tiempo. Hacer tiempo tirados en el calor, sentados en el borde de una piedra en la estación de servicio. 

Hacer tiempo es algo que se hace con calor, es algo inevitable bajo lo espeso de 30 grados y un sol tremendo. Lo innecesario se siente como ese sol de mediodía, y esa inercia confortable de saber que uno no va a hacer nada.

Amplió el foco de la cámara en esa estación de servicio y apareció un compañero de viaje. Lo veía al lado de ella, como desde una ventana en la almohada. Él miraba para adelante. Él pensaba en otra cosa. Siempre en otra cosa. Él no fumaba. Él tomaba para él. Él. Él. Él. Ella abrió su alfajor bon-o-bon sin soltar el mate ni el pucho ni el termo bajo el brazo y lo llenó de ceniza. Lo sopló y lo comió con ese placer que un poco da destruirse. 

Repasó el calor. El pegote en los dedos, el chocolate esparcido en las comisuras de los labios, con las manos llenas de tierra, la humedad del baño, la capa resbalosa de sudor constante, el olor a tabaco, y el calor. Tanto calor. 

La entrega era para mañana. Y ninguna palabra escrita. Y la mente yendo y volviendo al viaje. Yendo y volviendo. Yendo y volviendo. Como iba y volvía de las pestañas. Copiando y pegando la data que iba a usar. Que entregaba al futuro para que lo ordene. Un futuro cercano en el que confiaba se iba a sentar y entender qué escribir, mañana a las 9 de la mañana. Tal vez con un café. 

Le gustaba medir el tiempo con líquidos. El calor une las horas y el líquido las separa. 

Los puchos pierden rastro del tiempo, son malos medidores. Poco fiables. La música dejó de ser fiable cuando desplazó a los artistas de 2 minutos 50. Un álbum tal vez. Pero uno no siempre maneja álbumes. Cuando no se sabe en quién confiar, siempre se puede confiar en una taza. O en una botella, o en un termo, o una lata, o una petaca, y quizás en una cantimplora. 

Pero nunca en un vaso. 

La entrega era para el día siguiente al mediodía. El primer párrafo parecía escrito por un adolescente sin experiencia académica. "El objetivo de este breve ensayo es tal que al llegar su conclusión podremos ver que lo que se quiso probar que en una primera instancia no es más que una hipótesis de..." Empezó a decirle que no a alguien que le dijo que sí a juntarse pero al final decidió no responder y dejar inconcluso cuándo, dónde, cómo. Tal vez cambie de opinión en un rato. Ojalá no le cancele, pensó. Sacó la lata del freezer. Al final, la abrió. Necesitaba la medida de tiempo. 

El trabajo práctico la miraba aburrida. Entrecortado. Yendo y volviendo de una pestaña a otra.

Yendo y volviendo, yendo y volviendo. A la estación de servicio. Al calor. A las manos llenas de chocolate sintético. Al humo que soplaba que le sale de entre los dedos y la paja que todo lo envuelve. A él, que solo hace lo que él quiere. Que no se queda enganchado porque ya pasó. No le importa si lo que dijo no era lo que quería decir. Eso no habla de quién es él. Nada habla de él. Él, él, él. 

Yendo y volviendo. Yendo y volviendo. Mirando por la ventana del auto. Por la ventana en la almohada. Sentada con las piernas estiradas y secas en el escalón del estacionamiento de la YPF. Trabada en una hoja en blanco. Pensando en una carrera a la que no se tendría que haber dedicado. Un oficio al que no se podía evitar dedicar. Ni hacer bien. Ni hacer lo suficientemente mal. Ni hacer. 

Con el sol al mediodía en la cara, dormida con la computadora abierta, las pestañas seleccionadas, la birra a medias, el tiempo frenado de forma innecesaria. 

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