Spinoza y el arsénico

 - Qué lindo acabar juntos.

Tengo todo el sudor encima. Ese punto en el que no sabés bien ya de qué estás mojada. Mojada por él. Sudor, agua, semen, baba, ese líquido cuando acabás que a pesar de ser mío no sé de qué está compuesto. Las piernas empapadas. Pegadas a tu piel.  Sensible a cada centímetro.

Resbalo en su pecho, meciéndome hacia atrás y volviendo despacio. Mirándolo. 

Es increíble, un hecho destacable, encontrar el mismo climax. Al mismo tiempo. Es un encuentro casual. Como pasa con las personas, y las conversaciones. Comparable solo con un vacío enorme. 

Sintonizar, con otro cuerpo. Componerse. Pensar que la mente y el cuerpo no son más que relaciones que se componen y descomponen, y a veces coinciden. Rituales y complicidad, que se hacen, rehacen, reconfiguran. Que a veces mueren. Y que esas complicidades y esas rupturas nunca son voluntarias. Puede haber predisposición, pero la voluntad no genera complicidad. La voluntad no te hace acabar juntos. 

Hay maneras de componerse y descomponerse más y menos beneficiosas. Como las relaciones simbióticas, y los parásitos. Todo para mí. Todo para ambos. Dividir en partes iguales. Dividir en partes desiguales. Espontáneamente, en secreto o en acuerdo. 

Acabar juntos no requiere de consentimiento. Es imposible de preguntar. Ese punto a punto de explotar, conteniendo el placer en una contracción insoportable, in crescendo e intocable. No responde a una orden. Ni te consulta. Como mucho se presta en un sedoso "¿vas a acabar para mí?" y aún así, lo medita. Y recién ahí te desarma. Te va deshilvanando el cuerpo hasta curvar la espalda como un saco de yute, desarmándose hacia atrás con el pecho fijo al techo. Como pendiendo de un hilo. Desnaturalizando las posturas hasta crear un arco. Un exorcismo.

Llegar hasta acá requirió de permiso. Sí. De convencimiento. En el sentido de determinación. Estoy convencido de ir hasta ahí. De tomarme un taxi o ir caminando. De hacer este en vez de otros planes. De que desabrocharme el botón y bajarme el cierre lento, mirando a la otra persona a los ojos es una buena idea. Es el afecto que me impulsa. Que determina. Convencido que del otro lado hay una determinación recíproca. Que donde se muerde un labio, se está presionando el nervio para que los dientes destraben la sinápsis que se estira hasta una tanga que se empieza a humedecer. Una humedad tibia que cae con el desabroche del último botón de la camisa.

Hasta acá hay convencimiento. Consentimiento. Determinación. Voluntad. Sí. 

También hay más. Hay operadores que ya trabajaban ahí antes. Con sus maquinitas. Sus tuercas. Sus manias. ¿Cuáles son esos planes en los que no estás? ¿Quién es esa persona que tenés en frente? ¿Estás segura? ¿Sabés? ¿Estás convencido? Las partes se acomodan solas. Unas piernas te envuelven hasta atraparte. Interrumpen la circulación de preguntas. ¿Sabés? ¿Sabés por donde caminé unas horas antes? ¿Ayer? No. Pero está bien. Hay complicidad. Confianza. Que entre bocado y bocado queda escupida en la mesa, gusaneando. Que muy divertidos empezamos a picar y piquetear. Qué divertido. ¿Hasta dónde llega? Se retuerce. Le ponés un palo y se enrosca. Se contrae, tal vez sufre. Tal vez no siente. Te alcanzó para no indagar tanto más. No sé que hiciste ayer. Pero tus piernas las siento. Tus dedos ocupando cada cavidad, trazando un recorrido entre huecos, los siento. Hundiéndose entre pliegues. Calzando perfecto.

Es raro. Si te regalan un trago en la calle no lo tomás. Pero si lo preparé yo antes de que llegues sí. Los tragos en la calle se arman en la cara. De la misma manera que una valija solo la puede armar uno, para que cuando en el aeropuerto te pregunten si la armaste vos puedas responder sí. Que asco sino. Qué tiene ese trago. Por qué lo regala. ¿Le metió algo? Capaz lo escupió. ¿Por qué alguien escupiría un trago? No sé, pero la saliva de otro no la tomo. ¿Por qué te confesaría que sí? 

Hay preguntas rituales. Si lo escupí. Si la armó alguien más. Si te mentí. No esperás que te digan que sí. Pero preguntás. Por que en el mundo hay formas, y la gente las respeta. Hay normas, y la gente las respeta. Hay un tablero dispuesto, avanzás hasta donde cae el dado. Por eso creo que una vez que estás en el lugar, no sabés. Estás entregado y la pregunta es un modo de resistencia. De autopreservarse. 

Pero llegás y te preparé un trago, antes de que llegues, y lo tomás. Confianza extendida. Confianza por extensión. Por extensión de un otro. De una amiga. De una organización. Extensión religiosa. Deportiva. Por extensión de esta complicidad. Tomaste el trago. Ya usaste tu pregunta. Perdiste el turno. Me toca a mí. Me toca esa confianza por extensión que permite que alguien que no conocés entre a tu casa solo porque alguien más lo conoce. Como si eso te asegurara algo. Porque una vez contó algo que te hizo reír. Porque una vez su compañía te resultó cálida. Y qué lindo es el calor. Te atrae. A quién no le gusta el verano. Quién no se armó una guarida abajo del edredón. Una cueva oscura y calentita donde unos pocos pueden pasar, siempre y cuando estén dispuestos a mantener ese calor.  Y el secreto. No importa que pases, lo importante es que cierres al pasar. No importa abrir la puerta, lo que importa es que después quede cerrada. Es simbólico. Vos entendés.

La gente piensa que de chica le tenía miedo a la oscuridad. Pero los niños se la pasan en cuevas. Agujeros. Escondites. No se fían. Hay mucho poder en la oscuridad. Pero a vos te quiero coger de día. Quiero que esté la luz prendida. Me gusta mirarte, y a vos te prende que te clave los ojos. Turnar para recorrer el ángulo entre la recta de mi mirada y la recta desde la que podés ver como entrás y salís de mí. 

Y acá estamos. En esa mirada voraz. Hoy es una de esas que te dan miedo. Esas en las que sentís que te voy a comer. Que hoy quizás sí. Quizás, realmente, te voy a comer. Entre caricia y lenguetazo, rodeados de copas vacías y tubos de vino. Hay tanto placer desparramado en el cuarto. La cama se amolda a donde nos lleva cada gemido. Controlo el tiempo con tu tempo. Entre rituales y complicidades, ya conocemos las horas del vaivén. Nos mecemos en ese agujero negro.

Sentís un cosquilleo raro. La cosa está especialmente intensa. Pero en esta parte del juego te perdés. Esa es la condición. La entrega total. No se para hasta que escuches los gritos. Hasta que se te aflojen las piernas. Hasta que te lo pida. Y el pedido es una proyección a futuro. El pedido siempre es seguir.

Tu cuerpo de a poco se llena de temblores. Te doy vuelta para tenerte abajo mío. Tenerme sentada encima te marea. Te sobrepasa. Es tan increíble. ¿Qué tenía el trago? Algo cayó al piso pero no lo escuchamos. Algo te entrecierra la garganta, pero no podés prestarle atención. Ni se te ocurre pensar que sea culpa de ese trago. La adrenalina se dispara y te revienta. Te hincha cada vena. Empezás a pegar manotazos. A buscar escapes. Los hombros no te dejan ver, te sacuden en un temblor incontrolable. Un temblor que voy calmando con las manos. Con un sh sh shh sereno. Un sh no tengas miedo. Un sh que suena como tú 'll', y no el mío que al parecer era de clase. Apenas pudiendo controlar esa sílaba que sale de mi boca. Esquivo tus golpes que pierden fuerza. Es tal el deleite. Las yemas de los dedos se me escurren por tus brazos dejando una estela de piel de gallina y pelos erizados. 

Se te abre la boca, que se te escapa de tu control. Estás ahí. Ya te tengo. Sos mío. Tus manos que controlaban mi velocidad se petrifican en mi cadera, en una contracción que no se va a volver a abrir.  Miro tus ojos ahora innertes. No voy a cerrarlos. Me encanta esa mirada intensa. El cuerpo rígido abajo mío, perdiendo el calor a la entropía. Un olor a sexo, como recién salido del horno. Te desprendés en el aire. Flota. Floto. Estoy flotando, como me dijiste muchas veces al irte. El cuarto inundado por nosotros dos. Lo logramos. Pienso. Esto ahora va a durar para siempre. 

- Qué lindo acabar juntos.

Comentarios