El extraño
Creo que lo más lindo del baile es que no me importa.
Un extraño es, entonces, el mejor compañero. Pero respeto mucho el espacio del otro, y por eso no me quería sumar a las clases de contemporáneo de Milagros. Mis amigas insistían, pero no lo consideré hasta que se me acercó la misma Mili a decirme que podría ser divertido, que le dé una chance. Terminé la clase con lágrimas. Es algo que no había experimentado. Un encuentro con mi cuerpo que no tenía registrado. Los ritmos, tiempos, impulsos en acción. Las idas y vueltas con extraños pueden ser profundamente satisfactorias.
Profundamente satisfactorias como el encuentro con quien amás muchas veces no lo es. Porque es un recipiente de tensión, un desencuentro constante. Un balde lleno de agua que no podés levantar y vas volcando en el camino. No podés equivocarte con lo que amás. Es algo de mediocres. No podés recorrer el camino hasta la mitad y no podés permitir que sea un callejón sin salida. Si lo es algo está raro. O hay que hacer que no se vea. Eso. Los demás vieron mal.
Vieron mal, porque no me da el coraje para asumir los proyectos que dejé a medio hacer. Y es indigno retomarlo. Es como retomar un trago que abandonaste y esperar que siga potable. La respuesta es no, no está potable. Está tibio, acuoso y te odia. No tiene caso. No hay pausas en el amor. Es agotador. Importa.
Me importa y volvemos al extraño. Con el extraño hasta podés subirte a una silla y gritar a todo pulmón. Dar una performance, mostrarle secretivamente un poema, con más ganas de hacerte la interesante que interés. Podés quedar inmerso en una frase linda, y que una frase alcance. Por lo menos hasta la mañana siguiente.
Sostener es un proceso complejo. O una decisión de mierda, como prefieras llamarle. A veces la fuerza surge de lo más profundo con una rabia sin precedentes y te expone. O no. Pero la cuestión es que vos ya no podés disfrutar de un jam de poesía. Llegás hasta el extremo más alejado del espiral solo para encontrar un cartel que dice "fin" y un fragmento de psicología básico trillado. Porque además de todo, te tenés que comer que sos básico.
Básico. Entonces bailo. Bailo sin parar. Bailo hasta que siento activo cada músculo. Bailo frente al espejo y busco pasos nuevos. Memorizo secuencias y rescato ejercicios de las clases. Sin expectativas, sin metas, sin pasión, pero sin remordimientos y con alma. Bailo con mi extraño y me olvido.
No me importa. Es una práctica a la que miré de pedo. Como cuando entrás a un lugar muy concurrido y en puntas de pie atravesás el cuarto con la mirada, buscando a la persona con la que quedaste. Y en vez, en el afán te tropezás, casi le tirás la cerveza al de al lado, te disculpás y terminás pasando la noche ahí. Con un extraño.
Un extraño es, entonces, el mejor compañero. Pero respeto mucho el espacio del otro, y por eso no me quería sumar a las clases de contemporáneo de Milagros. Mis amigas insistían, pero no lo consideré hasta que se me acercó la misma Mili a decirme que podría ser divertido, que le dé una chance. Terminé la clase con lágrimas. Es algo que no había experimentado. Un encuentro con mi cuerpo que no tenía registrado. Los ritmos, tiempos, impulsos en acción. Las idas y vueltas con extraños pueden ser profundamente satisfactorias.
Profundamente satisfactorias como el encuentro con quien amás muchas veces no lo es. Porque es un recipiente de tensión, un desencuentro constante. Un balde lleno de agua que no podés levantar y vas volcando en el camino. No podés equivocarte con lo que amás. Es algo de mediocres. No podés recorrer el camino hasta la mitad y no podés permitir que sea un callejón sin salida. Si lo es algo está raro. O hay que hacer que no se vea. Eso. Los demás vieron mal.
Vieron mal, porque no me da el coraje para asumir los proyectos que dejé a medio hacer. Y es indigno retomarlo. Es como retomar un trago que abandonaste y esperar que siga potable. La respuesta es no, no está potable. Está tibio, acuoso y te odia. No tiene caso. No hay pausas en el amor. Es agotador. Importa.
Me importa y volvemos al extraño. Con el extraño hasta podés subirte a una silla y gritar a todo pulmón. Dar una performance, mostrarle secretivamente un poema, con más ganas de hacerte la interesante que interés. Podés quedar inmerso en una frase linda, y que una frase alcance. Por lo menos hasta la mañana siguiente.
Hasta la mañana siguiente, cuando te despiertes rebosante, con restos de adrenalina pegoteados en la cara. Con olor a pucho en la piel. Con un brazo atravesándo tu panza, agarrado de la cintura. Pero a sabiendas que tus ojos se pasearon la noche intuyendo a alguien más. Y ahí a la frase la tenés que sostener.
Sostener es un proceso complejo. O una decisión de mierda, como prefieras llamarle. A veces la fuerza surge de lo más profundo con una rabia sin precedentes y te expone. O no. Pero la cuestión es que vos ya no podés disfrutar de un jam de poesía. Llegás hasta el extremo más alejado del espiral solo para encontrar un cartel que dice "fin" y un fragmento de psicología básico trillado. Porque además de todo, te tenés que comer que sos básico.
Básico. Entonces bailo. Bailo sin parar. Bailo hasta que siento activo cada músculo. Bailo frente al espejo y busco pasos nuevos. Memorizo secuencias y rescato ejercicios de las clases. Sin expectativas, sin metas, sin pasión, pero sin remordimientos y con alma. Bailo con mi extraño y me olvido.
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