Cuentos cortos
Los cuentos cortos bien hechos tienen algo espectacular. Tienen un golpe. PLAM! y así terminan. Un puñal al pecho. Desconcierto. La necesidad de releerlo porque debe haber algo que te perdiste. Debe haber por ahí en el medio una pista, una mano enguantada que te peine los cachetes y te tranquilice y te acurruque y arrulle de vuelta a la posición pasiva en la que estabas en el sillón.
Tienen algo hasta místico porque nos hacen creer, nos logran perversamente engañar, de que así es la vida. “Me encantó porque es tal cual”. Porque simulan por el más brevísimo período de tiempo que entienden, entienden perfecto. Contienen el secreto para decodificar humanos. Es tan real el desasosiego que lo primero que nos cachetea al terminarlo es ese consuelo de que la vida es así. Que por lo menos, tenemos en la yema de los dedos, la palma de las manos o sobre nuestras rodillas, a la misma vida.
Suspiramos contraídos y aliviados, entonces, que cuando hablamos de amor hablamos de Carver. Y que la soledad es efectivamente el delirio que pinta Wilcock en sus lapsus oníricos de no más de dos carillas. Lo absurdo, los pecados, lo más brutal de la naturaleza humana está en Silvina Ocampo. Y la salvación o el sentido subyacente espera solo para los entendidos en “Cuentos de hadas” de Herman Hesse.
Podrían considerarse un espejismo. El resumen de lo que sucede entre largos paréntesis de silencio prolongado. O más bien como esas toallas que vienen encapsuladas del tamaño de un jabón de manos que adquieren su tamaño real cuando las sumergís en una bañera y después empapadas cuelgan inútiles, incapaces de cumplir su función.
Son tan desgarradores que nos dan pie a olvidar que el otro ochenta y cinco por ciento del tiempo está compuesto de una incomodidad que nos recubre como una segunda membrana. Y que nos asedia cuando después de ese punto final, quedan cientas de hojas en blanco.
Son como pasarte agua oxigenada por el codo raspado y a pesar del ardor sentir una satisfacción enorme de ver que salen burbujitas. Y si salen burbujitas es que está matando la infección. Y ese codo infectado pasa de la total indiferencia a ser el centro de nuestra atención, la única parte del cuerpo realmente viva que hay que proteger.
Son la tentadora trama climática que enseñan en segundo año de secundaria frente a la anticlimática cotidianeidad que habitamos pero ponemos en pausa para cuando llegue el verdadero nudo de nuestra historia. Los detonantes, disparadores, asesinos, deux ex machina.
Pero tal vez lo peor, lo más bajo, lo más punzante, sea ese momento de expresar en voz alta todo lo que representa aquello que leímos, y experimentar como palabra a palabra se escurre el sentido hasta que intentando levantarlo a zampasos del piso vemos que se disolvió, no está, lo arruinamos.
Los cuentos cortos tienen algo espectacular.
Comentarios
Publicar un comentario