Inés

Hoy sé que no me voy a olvidar de ella. Que me enamoró con sus palabras. O el don de poner las palabras “en un orden bonito”: lo más parecido a un hechizo que encontré. Así tan sincero. Así tan cercano pero esfumado. En ningún lugar. 
Ella estaba ahí. Conmigo. En el presente. Pero en una línea narrativa distinta. Sentada a unos pocos centímetros que medían lo que una galaxia. Ni cuando te di un beso pudimos compartir tiempo y espacio, fue un atento en vano a que me transportes a tu planeta. 
Tardé en ver que corríamos por líneas paralelas. Y que vos no ibas a mirar para el costado. Me limité a seguir tus pasos de reojo, entregada a la ilusión óptica de que tarde o temprano las líneas se iban a cruzar. Eventualmente se tenían que tocar. ¿Es que no nos podemos tocar?
Me colgué a una caricia inmaterial tan real que quema. Me arde. No dudo que lo ves, pero indiferente te escurriste entre mis dedos, sin esperar a que reaccione; ya un paso adelante un poco irritada por perder tiempo en tener que hacerme entender. Tan efímera sos que quedé inmóvil. De nuevo, mirándote a lo lejos y de reojo.
E intenté de todas las formas menos la que sabía iba a funcionar. Para cada conversación tapaba mis huellas, las sacudía. Me desplumaba. Armaba un hueco para que entren tus ideas como agua y se infiltren en mi piel. Pero despojada de todo, tan sedienta de vos, olvidé mi esencia y en tu camino no fui nada.
Sabía que solo soltar iba ser suficiente. Soltar todo, no a medias como tal vez hice yo. Pero no puedo: mi presente no es el tuyo. Tiene lógicas distintas. Lo rigen otras dinámicas. Y si bien me intriga hasta la locura cómo será tu caída libre, no sería leal de mí saltar. No me hubiese perdonado abandonarme a tal punto. 
Me congela saber que eso postró una pared entre las dos. 
Tuve que aceptar que no te intereso. Que tu mundo es un enigma inasequible para saciar mi curiosidad, y que quedé fuera de lugar cada vez que entré. Quiero despojarme y lanzarme hacia vos, reír despreocupadamente en el infinito, con ecos que resuenen en todas dimensiones; pero tendría que dejar de ser yo. Y mirá que estoy confundida- espero, como dijiste alguna vez, estarlo siempre-, pero no lo suficiente para seguirte el paso. 

Tu vuelo no me pertenece. Tus susurros al oído no los voy a escuchar jamás. Ni siquiera puedo tener esa cerveza. Tal vez ahí está el problema, estamos tan lejos que el único verbo en que puedo pensar es “tener”. Por ende nunca te tuve y ya te perdí.

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