Atate los cordones
¿En qué pensás cuando te atás los cordones?
Ahí, cuando se te frunce el ceño y los sonidos
desaparecen, y despegas sin quererlo, por que tus dedos se salen con la suya. Te despido y me intriga. Fantaseo con llegar tan lejos como tu ausencia. Trato de encontrarme con ella en algún desierto
olvidado para que confiese lo que escondés cuando solo veo la nuca de tu cabeza
gacha. Pienso en volver, y cambiar el mundo con vos.
Pero entro de nuevo a la casa y la
fantasía se desploma. Cierto que en la ciudad no hay horizontes. Las ilusiones
acá surcan por luces de neón y van a pata; mejor olvidemos la pregunta y sigamos.
O no, hagamos una revolución: convirtamos los edificios en velas y sahumerios, erradiquemos la noche y elevemos un grito que requiera de todas nuestras fuerzas, para que no descansen en ningún otro lugar...
O no, hagamos una revolución: convirtamos los edificios en velas y sahumerios, erradiquemos la noche y elevemos un grito que requiera de todas nuestras fuerzas, para que no descansen en ningún otro lugar...
O miremos al espejo y lloremos, porque no hay nadie, somos humo. Pero sonreí, desafortunadamente algo somos. Salgamos afuera a que nos riegue el sol y nos enfríe la
impaciencia. Hamaquémonos en el límite como si tratase de un waltz. Que ese
viento nos pegue...
Pero primero, atate los cordones.
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